jueves, 3 de febrero de 2011

El vagabundo que se quedó dormido bajo el árbol (postal para Vianey)

Alguna vez cuando el vagabundo se cansó de caminar, se detuvo a descansar bajo la sombra de un árbol. Había errado bastante sin encontrarse nada bueno, había atravesado malos momentos y algunos muy buenos pero que duraron muy poco. El vagabundo estaba completamente desprovisto de sus bienes, lo había perdido todo, solo tenía unos zapatos viejos, las ropas que traía puestas, un cobertor que hizo con la piel de un jaguar el cual llevaba en su linyera junto con algunas flores y unos cuantos tamarindos. Atrás habían quedado los días buenos cuando cosechaba higos o zapotes, o cuando podía cazarse algún pajarito o una rata de campo. La comida era cada vez más escasa y los bosques más fríos.

Después de tanto caminar, el vagabundo, cansado miró aquel árbol que desde lejos era muy bello y frondoso, se acercó hacia él, y lo exploró poco a poco. De todos los árboles del bosque el vagabundo prefirió ese porque era el más bonito de todos.
El vagabundo rodeó caminando el tronco del árbol mientras lo tocaba con sus manos. En su corteza podía ver las marcas de batallas pasadas, de temporadas de abundancia y de miseria. El vagabundo podía leer la historia de aquel árbol tan solo analizando su corteza. Miró hacia la copa y con cuidado de no lastimarlo subió entre sus ramas. Apoyaba un pie en una rama mientras se sujetaba con las manos de otra, y fue escalando poco a poco hasta lo más profundo del árbol, donde la luz casi no entraba.

El interior del árbol era muy fresco, sereno y agradable. El vagabundo sabía que además era muy seguro. En ese lugar estaba a salvo de cualquier bestia del bosque, nada lo lastimaría. Sin embargo el vagabundo ya no tenía miedo, tenía la confianza de que nada malo le sucedería, se había olvidado de sus malas experiencias y de las bestias que lo habían lastimado; las heridas habían curado y él había recuperado su confianza. Ya no tenía miedo de dormir a la intemperie, sabía que ningún incidente podía ser tan malo como para causarle desgracia.  Él podía confiar en su suerte de nuevo porque su felicidad radicaba en su espíritu, en sus actos y convicciones, no tanto en lo que le pasara o le dejara de pasar. Estaba confiado, así que bajó del árbol hacia el suelo y se acostó en el suave pastizal, dejó que el cansancio se apoderara de su conciencia y se quedó dormido sin temor.

Al día siguiente el vagabundo se despertó con la luz del sol y despertó a salvo de cualquier peligro. El árbol lo cubrió del frío durante la noche y ningún animal salvaje lo lastimó. Él estaba bien y muy contento por poder hacer de nuevo lo que más le gustaba: vagar. Se levantó y continuó su viaje. El vagabundo volvería a ese árbol en incontables ocasiones y dormiría bajo su sombra muchas veces.
El vagabundo que se quedó dormido bajo el árbol

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